UN MINUTO DE SILENCIO
Ahora
puedo hablarte con libertad, sin temor a que tu rostro se transforme en una
máscara de crispación y tus manos se cierren con fuerza, hasta convertirse en
un par de certeros puños. Ya no podrás dañarme, ya nunca sentiré tus golpes
sobre el cuerpo, ya no será necesario soportar la pena que mi presencia
suscitaba en todos aquellos que me rodeaban.
Me
he marchado. Nadie escuchará mis gritos pidiendo socorro. No tendré que contarle
al mismo policía que ha vuelto a suceder. No tendré que cubrir los golpes con
maquillaje ni excusar mi presencia en cualquier parte.
Nunca
fui tuya, ni siquiera el tiempo en el que te quise. Porque el amor no significa
posesión, amar a alguien no implica privarle de su libertad y controlar su
vida. El amor es generoso, desprendido, digno, siempre se entrega sin esperar
nada a cambio.
Pero
tus golpes no frenaron mi libertad. No me hicieron menos digna, menos amable (digna de ser amada), aunque alguna vez llegara a
pensarlo. Tus golpes tampoco me hicieron una heroína, solo dieron que hablar a
las vecinas, ávidas de un nuevo escándalo con el que seguir tejiendo su
ignorancia. Porque si algo aprendí de tus golpes fue que las víctimas vivimos
rodeadas de ignorancia.
Seguías
buscándome, seguías persiguiéndome pese a haberte manifestado mi deseo y mi
intención de no volver a verte. Lo hiciste arropado por aquellos que lamentaban
tu mala suerte y mi osadía, por los que siguieron entronizándote a sabiendas de
tu locura, de tu mal entendida virilidad, de tu superioridad asentada en mi
supuesta inferioridad. Y nada sirvió para alejarte, para condenarme al alivio
del olvido, al derecho de ser yo sin ti.
Hoy
me regalan un minuto de silencio, pero el mío será eterno. Cuando acabe el año
formaré parte de una estadística, la de la vergüenza, y tal vez alguien se
indigne tanto como para escribir una columna en un periódico. Pero todos sabrán
que no se hizo suficiente, porque a veces es demasiado tarde incluso para hacer
lo correcto.
Gracias por este relato tan emotivo
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